Los que me han leído hasta ahora saben que veo muchas series, pero lo que quizás no saben es que puedo llegar a tener una relación realmente intensa con ellas. No siempre desde luego, veo series bastante chorras que olvido a la velocidad de la luz, pero hay otras que se me adhieren a la piel y ahí se quedan. No sólo me ocurre con las series, digamos que me sucede con la ficción en todas sus formas, pero las series, por su formato alargado en el tiempo y de consumo (más o menos) puntual, tienen la posibilidad de asentarse con más calado en mí.
La primera vez que me enamoré de una serie, porque quizás
eso sea lo que más se asemeje a lo que siento, fue con Doctor en Alaska. Y el
primer amor nunca se olvida. No soy objetiva con ella, no lo soy con ninguna
pero con ésta mucho menos, y jamás admitiré ninguna crítica negativa sobre nada que
tenga que ver con la serie. Para mí es absolutamente perfecta, y no se trata de un recuerdo de halo
brillante en mi memoria, ya que a lo largo de mis tres décadas de vida he visto
sus 110 episodios completos en tres ocasiones, algunos muchas más veces, ya que
parecía que La2 tenía sus predilectos a la hora de repetir capítulos, y sé que
disfrutaré muchos más visionados si la suerte me acompaña.
Podría escribir un blog completo sólo hablando de ella, de
sus personajes, de sus escenas más memorables, de los libros, películas, música
o historias que nos regalaba en cada episodio, y quizás lo haga algún día, pero
hoy sólo me regodearé en mi amor por ella. Y si alguien se anima a compartir el
suyo me hará más que feliz.
Caí prendida de las historias de Cicely, pueblo centro de la
historia, a mediados de los 90, cuando no era más que una preadolescente sin
acceso al mando a distancia y sin mucho control sobre mis horarios. En aquellos
tiempos estábamos acostumbrados al continuo maltrato al que las cadenas de
televisión nos tenían sometidos, pero Doctor en Alaska se llevaba el oro en el
caos televisivo con horarios nunca fijos, incluso los días de emisión podían
moverse sin previo aviso, tremendamente tardíos,
y sin llegar a mantener nunca una cronología acorde con las emisiones
originales. Doctor en Alaska era una serie casi inaccesible para
mí, pero no por ello permití que mi amor imposible se desvaneciese. Fueron las
madrugadas de los largos veranos sin colegio mi única posibilidad disfrutar de ella
como de un fruto prohibido, y son esas calurosas noches con el volumen de la
tele al mínimo y con el teletexto continuamente mostrándome un horario
incumplido, uno de mis mejores recuerdos de aquella época.
Quizás fue esa mezcla de niñez y adultez en la que me
encontraba la que permitió que al igual que Joel, el médico neoyorkino
protagonista de la aventura, me fuese abriendo a la realidad mágica de Alaska y
fuese llenándome del frío de sus bosques, la filosofía de sus ondas de radio o la
camaradería de sus sillas de bar. Pero veinte años después pocos dilemas en los
que me pone la vida no han sido cuestionados, debatidos y dulcemente compartidos por los habitantes de
Cicely conmigo. En algún lugar decían (no lo recuerdo) que era imposible luchar contra
la influencia de la televisión en la educación de los hijos, que en última
instancia Madonna tiene más peso en su formación que cualquiera de sus
familiares o maestros, es una cuestión de tiempo y de atención. Debe ser la
referencia más noventera que os podáis echar a la cara, pero no por ello menos
cierta. Yo podría afirmar que Doctor en Alaska fue mi Madonna, y que de pocas
cosas puedo estar más orgullosa.
¡Hola! He conocido tu blog porque Srta M. publicó que lo estaba ilustrando, y no pude evitar pasarme a echar un vistazo.
ResponderEliminarLa verdad es que no conocía ninguna de las dos series de las que has escrito hasta ahora, pero por supuesto, ¡me las apunto! ¡Y de paso me quedo por aquí! Porque también voy con varias series abiertas para ir viendo, pero nunca está de más ir conociendo otras, ¿no? Jajaja.
¡Un saludo! :)
¡Hola! Si yo te contara la de series que tengo yo abiertas... Nos vemos por aquí entonces. Un abrazo!
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarY puedes estar plenamente orgullosa. Sabes bien que compartimos esa entrañable debilidad por el universo de Cicely. A mí me pilló mucho más mayor, ya cumplidas las tres décadas, y sin embargo un buen día me la encontré casualmente por la dos. Joel se vio confinado en un lugar remoto del mundo y exactamente al mismo tiempo, yo quedé confinado en las historias, personajes y paisajes de ese lugar. Un lugar tan material como mental. Una lección permanente y divertida de cómo pensar, observar y actuar. Hasta ahora, para mí, insuperable.
ResponderEliminarUn abrazo gigante
<3 Me enternece pensar que una misma historia pueda significar tanto para una adolescente y para un adulto justo en el mismo momento, eso debe significar algo ¿verdad?
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